Cuando era pelao, me gustaba lo prohibido: Rigo / Cannondale ProCycling Team
Cuando era pelao, me gustaba lo prohibido: Rigo / Cannondale ProCycling Team
30 / 10 / 2017

Cuando era pelao, me gustaba lo prohibido: Rigo


Por Señal Colombia
Señal Colombia
30 / 10 / 2017
Cuando era pelao, me gustaba lo prohibido: Rigo / Cannondale ProCycling Team
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El pasado no es jurisdicción de Rigoberto Urán. “Yo no miro atrás”, dice al tocar temas de otros tiempos, no al hecho concreto de girar la cabeza 180 grados como en el último kilómetro de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. La memoria, en este caso en particular, no es su mejor aliada. Seguramente porque desde 2001, cuando asesinaron a su padre, se obligó a olvidar para seguir adelante.

Esa es la explicación de que algunas imágenes de su infancia las rescate con dificultad. Por eso no recuerda que un día pedaleó tan fuerte en un certamen nacional, que sangró en la entre pierna y siguió usando crema para bebés para no tener que retirarse. Luego de una entrevista en la que todo se conjuga en pasado, este es el resultado de rebobinar tantas veces la película de su vida.  

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Todos dicen que su primer triunfo en la vida fue en la Clásica de Urrao, en el 2001, pero antes de eso hubo más…

Mi primera carrera fue un sábado pero en medio de un entrenamiento. La escuela de Urrao hacía competencias ese día y los llamaba chequeos. Ese día desde la vereda San José hasta la Feria, hicimos una contrarreloj como de seis kilómetros. Esa mañana era mi primera vez corriendo, yo ni siquiera sabía qué era una contrarreloj y tampoco tenía los materiales adecuados. La bicicleta me la había regalado un tío y llevaba ocho días montando. Y a pesar de eso, les gané a todos los pelaos que llevaban más tiempo entrenando.

Usted tenía un cuaderno donde anotaba el resultado de cada jornada. ¿El de ese día también lo escribió?

Todo eso lo registré en un cuadernito. Yo apuntaba los tramos, los kilómetros, los tiempos. Escribí ahí por casi tres años para ver mi evolución. Hablaba de mis carreras, de los recorridos, de si le había ganado a alguien en especial. En fin. Ahora no hago nada porque todo está digitalizado. Todo lo graba el pulsómetro de la bicicleta.

¿Cuál fue la siguiente competencia?

En La Pintada, ese mismo año. Mi papá me acompañó. Quedé en el tercer puesto. Después sí competí en la Clásica de Urrao, en la categoría infantil. Ahí me di a conocer y ahí me hicieron la primera entrevista de mi vida, para la emisora de la ciudad.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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¿Qué habría sido de Rigoberto Urán sin el ciclismo?

No tengo ni idea, yo creo que habría terminado mis estudios, aunque me fuera muy regular. Yo no pienso en eso. Solo recuerdo que mi papá me decía que practicara algún deporte, nada más. No me pongo a pensar en mucho más. 

¿Usted cómo hacía para que le compraran chance? ¿Cuál era su estrategia?

Nunca tuve máquina sino que siempre debía tener lapicero y talonario. Yo tenía una clientela y unos recorridos. Uno en la mañana y otro en la noche después del colegio. Yo no era tan bueno como mi papá. Él sí tenía el discurso, vendía gallinas ciegas. Iba gritando por ahí: ‘Gallina ciega, gallina ciega’. Él charlaba con la gente, compartía, se volvía amigo de ellos (así recuerda Rigoberto Urán a su padre)

Todos lo recuerdan como el chancero, pero usted también vendió otras cosas, ¿o no?

Claro. Mi tío me llevaba de vez en cuando en una escalera (camioneta) a recoger leche en las veredas. Yo vendía en ese tiempo lo que fuera, como buen paisa, y en este momento si me dan algo, lo vendo. Tenía una tía con una cantina que vendía más botellas de aguardiente que un ‘berraco’. Y esas botellas vacías las pagaban como a 50 pesos cada una. Y en diciembre la gente paisa es muy buena para chupar guaro. Entonces yo decía: ‘Venga a ver todo eso para reciclar’.

Algún paseo de infancia que lo haya marcado.

Una vez estuve con mi papá y mi mamá en San Andrés. Pero los más comunes eran las salidas con mi papá en bicicleta. Íbamos a los pueblos aledaños los fines de semana. A Caicedo, Betulia, Altamira, Concordia. Eso sí: nos regresábamos en carro porque ya no nos daba. Ahora hago esos mismos recorridos pero para entrenar.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Su papá solía decir: ‘Mi muchacho va a salir de aquí para el mundo’. ¿Por qué le tenía tanta fe?

Eso lo decía él cuando se emborrachaba. Cuando se tomaba sus guaros siempre decía eso. Pero, vea, el hombre tenía buen ojo.

¿Cuál fue el mejor consejo que él le dio?

Aprender a trabajar honradamente para conseguir plata.

¿No le aterra ser tan parecido a su papá? ¿No siente a veces que actúa más como su papá que como usted mismo?

Eso me dicen mucho. Físicamente y en personalidad. Yo creo que él era muy alegre y yo soy así. Pero ojo, no me tomo la vida de charla, solo que sí trato de sacar el mejor provecho en las situaciones más complicadas.

¿Por qué le gusta tanto la guasca?

Mijo, porque nací en Urrao, y soy de familia aguardientera. Cuando estaba mi papá, él tomaba con esa música. Así que crecí con eso.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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¿Cuál era la mejor travesura: escaparse del colegio para ir al río o para tomarse fotos con los amigos?

Las dos. Vea que yo ahora analizo a los pelaos y digo que son muy cansones, pero la verdad es que yo era peor. Son momentos del colegio. Son momentos de adolescencia que hay que vivir, porque son buenos y arriesgados.

¿Como robarse las tilapias del lago del colegio?

Por ejemplo. Es que era prohibido, pero como yo era medio gamín y de pelao me gustaba lo prohibido, las sacaba con mis amigos y nos las llevábamos para la casa.

¿Usted era bueno para las presentaciones en público en el colegio?

No mucho. Una vez hicimos una fono-mímica con los parceros con los que hice una gran amistad. Pero a mí me pusieron a tocar un instrumento porque para bailar era muy malo.

Pero usted le decía a todos en el Etixx que es buen bailarín…

(Risas) Es que allá en Europa sí que son malos, hermanos. Entonces les meto el cuento de que yo bailo mucho, pero es pura carreta. Tiene más oído un ojo.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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¿Por qué en Urrao le dicen ‘El Pisco’?

Porque me pongo muy rojo cuando pedaelo.

¿La mejor foto que ha tomado?

Una vez bajando del aeropuerto de Urrao, alguien me tomó una con unos caballos atrás. Siempre me ha gustado la fotografía y vea que siempre ando con mis cámaras en el celular y en el casco. Me encanta, además, compartir las imágenes con mi gente por redes sociales.

Viendo que quiere tanto a Urrao, ¿no le dio duro dejarlo cuando se fue para Medellín a entrenar en la Villa Deportiva?

Claro. Ese día mi mamá lloró bastante. Tener que alejarme después de estar tan acostumbrado al calor del hogar, fue muy complicado. Me acuerdo que cuando nos dejaban regresar a Urrao los fines de semana, nos decían en el velódromo: ‘Cuenten cuatro puentes y verán el terminal’. Nosotros nos íbamos en bicicleta pero nos perdíamos. Y digo eso para recordar lo que nos tocó guerrear con mi amigo Juan David Laverde. Todos deben pasar por muchas dificultades para triunfar y hay que afrontarlas sin miedo ni pena.

En esos momentos de dificultad, de escasez o sufrimiento pedaleando, ¿nunca ha pensado que hubiera sido mejor quedarse en la casa durmiendo?

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Puede ser. Cuando uno se cae, por ejemplo, ocurre eso. Pero yo en esas situaciones pienso que las cosas pasan por algo y sido luchando. En 2014 en la Vuelta a España no pude terminar y me puse muy triste porque me había preparado mucho. Pero hay que seguir.

¿Es consciente que en toda su carrera ha estado muchas veces al filo del retiro?

Sí, pero las cosas pasan por algo. Hay un montón de personas que no han podido surgir por falta de patrocinio, porque les dio duro la soledad en Europa, por accidentes. Yo he sufrido un poco de todo, pero no miro atrás. Siempre hay que seguir adelante, por eso estoy donde estoy.